martes, 21 de octubre de 2025

 

Gamaliel Churata — Una voz andina entre vanguardia e indigenismo

Arturo Pablo Peralta Miranda, más conocido por su seudónimo Gamaliel Churata (1897–1969), se afirma hoy como un intelectual clave para comprender la literatura, la identidad y la filosofía andinas en el siglo XX.  Nacido en Arequipa y vinculado desde muy pronto con la región de Puno, Churata desarrolló una obra que fusiona el vanguardismo literario, el indigenismo y una reflexión profunda sobre los saberes originarios. 


Su compromiso intelectual se manifestó tempranamente cuando fundó o colaboró con revistas y movimientos culturales andinos, tales como el célebre Boletín Titikaka (1926–1930) o el grupo Orkopata, desde los cuales planteó una propuesta estética, política y cultural que apuntaba a dar voz al hombre andino desplazado y negado por la modernidad hegemónica.  En su obra literaria, Churata se propuso superar las narrativas indigenistas tradicionales: no se limitó a representar al indígena como objeto, sino a dialogar con sus saberes, mitos y lenguas, produciendo lo que algunos estudiosos han llamado un “meta-indigenismo”. 
La obra más reconocida de Churata es El pez de oro (1957), considerada por la Biblioteca Nacional del Perú como “la Biblia del indigenismo”.  En ella, diversos elementos convergen: mitología andina, experimentación lingüística (español, quechua, aimara), filosofía americana, y un proyecto narrativo que retoma y resignifica la tradición desde una voz propia. 
Churata también destinó parte de su obra al archivo histórico de Puno: los Anales de Puno (1922-1924) constituyen un legado documental que ofrece una mirada andina a la historia local y nacional desde la escritura de un sujeto comprometido con la memoria de los pueblos originarios. En cuanto a su pensamiento sobre el lenguaje y la identidad, advirtió que la creación de un “idioma propio” (dibujado desde lo andino) era necesaria para romper con el régimen del quechua impuesto y para recuperar un modo de pensar verdadero del hombre andino. 


La crítica contemporánea valora a Gamaliel Churata no solo como escritor sino como pensador interesado en la decolonialidad, la interculturalidad y la epistemología andina: su legado abre caminos para entender la literatura peruana y latinoamericana desde otra geografía del saber, más allá de la hegemonía occidental. 
En resumen, Gamaliel Churata es una figura imprescindible para quienes desean explorar la intersección entre arte, cultura y pensamiento en los Andes. Su voz desafía los marcos convencionales y abre espacios nuevos de identidad, traducción y resistencia cultural.




Amaru Muru: el misterioso portal de los Andes en Puno

En el altiplano de Puno, cerca del lago Titicaca, se ubica el enigmático portal conocido como Amaru Muru, una pared gigantesca de arenisca tallada que, según la leyenda y la tradición local, funcionaba como una puerta sagrada hacia otras dimensiones o mundos. Este lugar, referido también como Hayu Marca o Willka Uta, se encuentra en el distrito de Ilave, provincia de El Collao, a aproximadamente una hora y media de la ciudad de Puno.

La estructura mide alrededor de siete metros de alto por siete de ancho, y en su base incorpora un nicho trapezoidal de aproximadamente dos metros de alto; a sus lados se aprecian dos depresiones que evocan columnas invertidas. De acuerdo con la leyenda, durante la conquista española un sacerdote inca llamado Aramu Muru —acompañado de una sacerdotisa— huyó con un disco solar de oro, considerado una especie de llave divina. Al llegar a este portal lo colocaron en el nicho, el disco activó la puerta y ellos desaparecieron a través de ella, dejando el lugar envuelto en misterio. Hoy en día, visitantes nacionales y extranjeros caminan hasta allí no solo atraídos por su belleza y entorno natural, sino también por la fama del lugar como espacio de energía especial o “portal interdimensional” donde se realizan ofrendas, meditaciones y rituales ligados a la cosmovisión andina. El acceso al sitio conlleva un trayecto por bosque de piedras, formaciones rocosas curiosas y un paisaje amplio del altiplano que refuerza la sensación mística del lugar. Amaru Muru no es solo un atractivo turístico: es también un símbolo de identidad andina, donde se fusionan mito, espiritualidad y paisaje. Su presencia pregunta sobre los límites entre lo natural y lo sagrado, entre la historia registrada y la memoria de los pueblos que habitan estas tierras.

Bordados puneños: hilos que tejen la memoria del altiplano

En el altiplano peruano, donde el cielo se confunde con el lago y el viento parece tener memoria, los bordados puneños se convierten en una forma de contar historias. Cada puntada, cada lentejuela y cada color en las prendas tradicionales de Puno guarda un mensaje, una emoción y una huella de identidad. Lejos de ser simples adornos, los bordados son un lenguaje ancestral que comunica la cosmovisión andina: la relación del ser humano con la naturaleza, con los dioses tutelares y con la comunidad.


El arte del bordado puneño tiene raíces que se remontan a tiempos prehispánicos, cuando los pueblos del altiplano ya tejían símbolos relacionados con el sol, las montañas, los animales y los ciclos agrícolas. Con la llegada de la colonia, las técnicas se fusionaron con elementos europeos, dando lugar a un arte mestizo que, con el paso de los siglos, se transformó en el emblema visual de la región. Hoy, los bordados más conocidos son los que lucen los danzantes durante la Festividad de la Virgen de la Candelaria —Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad—, donde cada traje se convierte en una obra de arte móvil que brilla con miles de hilos dorados y plateados bajo el sol de febrero.

Los talleres de bordadores de Puno, tanto en la ciudad como en comunidades cercanas, conservan técnicas tradicionales transmitidas de generación en generación. Las familias dedican semanas o incluso meses a crear un solo traje, combinando hilos metálicos, canutillos, lentejuelas y telas satinadas que forman figuras simbólicas: serpientes, cóndores, flores, cruces y soles. Estos diseños no solo decoran, sino que representan conceptos profundos como la fertilidad, la dualidad, la protección y la energía vital.

Sin embargo, el bordado puneño también ha sabido adaptarse a los tiempos modernos. Hoy, muchas mujeres y hombres bordadores participan en ferias nacionales e internacionales, exportando sus creaciones y mostrando al mundo que el arte andino sigue vivo y en constante renovación. Las nuevas generaciones reinterpretan los motivos tradicionales en accesorios, prendas urbanas y obras de arte contemporáneo, manteniendo el equilibrio entre la herencia y la innovación.

Más allá de su belleza estética, los bordados de Puno son un testimonio de resistencia cultural. En cada aguja hay una afirmación de identidad; en cada hilo, una conexión con los antepasados. Bordar, en el altiplano, es recordar: recordar quiénes somos, de dónde venimos y cómo el arte puede seguir tejiendo comunidad.

 


La Piedad de Lampa

En la ciudad de Lampa, situada en el altiplano de Puno a más de 3,900 metros sobre el nivel del mar, se guarda una de las historias más fascinantes del arte sacro y del patrimonio cultural del Perú. Este pequeño pueblo andino alberga dos réplicas exactas de La Piedad, la célebre escultura renacentista creada por Miguel Ángel Buonarroti en 1499, que muestra a la Virgen María sosteniendo el cuerpo de Cristo tras la crucifixión. La historia de cómo estas esculturas llegaron hasta Lampa combina fe, arte y una conexión sorprendente con el Vaticano.

Durante la década de 1950, el ingeniero, político y filántropo lampeño Enrique Torres Belón impulsó la reconstrucción del templo Santiago Apóstol, una joya arquitectónica colonial ubicada en el corazón de Lampa. En ese proceso, gestionó ante el papa Juan XXIII la donación de una réplica oficial de La Piedad como símbolo de devoción y cultura. La primera réplica, elaborada en yeso blanco, fue enviada desde el Vaticano y destinada a adornar el mausoleo del propio Torres Belón. Sin embargo, debido a su peso y fragilidad, no pudo ser instalada en la cúpula del templo, por lo que se encargó una segunda versión, esta vez fundida en aluminio negro, que finalmente fue colocada en la capilla de La Piedad dentro de la iglesia principal. Desde entonces, Lampa pasó a ser conocida como “la ciudad que guarda dos Piedades”.

Ambas esculturas son motivo de orgullo para los habitantes de Lampa. La versión blanca se conserva hoy en la Biblioteca Municipal, mientras que la réplica en aluminio se encuentra en la cripta de la iglesia Santiago Apóstol. Más allá de su valor artístico y religioso, las Piedades de Lampa guardan una historia única que las conecta directamente con el arte universal. En 1972, cuando un hombre llamado Laszlo Toth atacó y dañó la obra original de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro, el Vaticano envió especialistas a Lampa, Perú, para examinar las dimensiones y detalles de las réplicas locales. Estas sirvieron como referencia para la restauración de la pieza original, lo que convirtió a este rincón del altiplano en un punto inesperado de relevancia mundial.

La presencia de La Piedad en Lampa representa mucho más que una expresión de fe; es un símbolo del diálogo entre lo global y lo local, entre la herencia artística europea y la identidad cultural andina. La réplica se ha resignificado en el imaginario del pueblo como un emblema de resistencia, memoria y orgullo. Para los creyentes, evoca el dolor maternal de María y el sacrificio de Cristo; para los visitantes, es una experiencia de asombro ante cómo una obra del Renacimiento se integra en el paisaje cultural de los Andes.

A pesar de su enorme valor simbólico, las réplicas requieren mayor atención y cuidado. En diversas ocasiones, se ha pedido que se mejore su conservación y se promueva su difusión turística. Las condiciones climáticas de Lampa, a casi 4,000 metros de altitud, pueden afectar los materiales de las esculturas, por lo que especialistas y pobladores coinciden en la necesidad de fortalecer la protección patrimonial. Aun así, la ciudad ha sabido convertir esta herencia en parte esencial de su identidad y atractivo cultural.

Hoy, La Piedad de Lampa es más que una obra artística: es un testimonio de fe, historia y vínculo entre los Andes y el mundo. Su historia demuestra cómo el arte puede trascender fronteras, unir culturas y mantener viva la memoria colectiva. En cada detalle de esta réplica se refleja la grandeza de una comunidad que, desde su pequeño rincón del altiplano, ha dejado una huella indeleble en la historia del arte universal.

martes, 30 de septiembre de 2025

Sillustani: las torres funerarias que guardan la memoria ancestral del altiplano peruano

¿Sabías que cerca de Puno, junto a la laguna Umayo, se alza uno de los lugares funerarios más impresionantes del altiplano peruano? Son las majestuosas Chullpas de Sillustani, torres funerarias que se levantan sobre una península rodeada por las aguas tranquilas de la laguna, reflejando el cielo del altiplano y guardando en silencio siglos de historia.

Estas estructuras fueron construidas entre los siglos XIV y XVI por la cultura Qolla, uno de los señoríos más poderosos del altiplano, y posteriormente perfeccionadas por los incas, quienes reconocieron en ellas un símbolo de poder y sabiduría ancestral. Las chullpas, algunas de más de 12 metros de altura, fueron edificadas con enormes bloques de piedra finamente tallados y ensamblados con una precisión que aún asombra a los arqueólogos. Cada una tiene una puerta orientada al este, lugar por donde nace el sol, representando el renacer de la vida en la cosmovisión andina.


En su interior se colocaban los cuerpos momificados de los jerarcas y personajes de la élite Qolla, acompañados de sus familiares, sirvientes y animales domésticos. Junto a ellos se depositaban ofrendas funerarias, como cerámicas decoradas, objetos de oro y plata, textiles y alimentos, símbolos de una vida que continuaba en el más allá. Estas prácticas reflejan la profunda creencia de los antiguos andinos en la circularidad de la vida y la muerte, donde cada despedida era también un retorno.

Entre todas las torres destaca la famosa Chullpa del Lagarto, reconocida por una figura tallada en forma de reptil en una de sus piedras. En su interior se encontraron los restos de un niño prehispánico, un perro y cerámicas rituales, hallazgos que fueron documentados por la Dirección Desconcentrada de Cultura de Puno. Estos vestigios no solo revelan la complejidad de los ritos funerarios, sino también la estrecha relación entre los humanos y los animales, ambos considerados guardianes del tránsito hacia el otro mundo.

Las chullpas de Sillustani no fueron simples tumbas. Fueron templos de memoria, monumentos que representaban la conexión entre el mundo terrenal, el mundo de arriba y el mundo de abajo. Su forma circular simboliza la eternidad, y su altura, la unión entre los tres planos cósmicos. En este lugar, los antiguos Qolla realizaban ceremonias para honrar a los mallquis, los ancestros protectores de la comunidad, cuya presencia era invocada en momentos de siembra, cosecha o dificultad.

La laguna Umayo, que abraza el sitio arqueológico, también tiene un carácter sagrado. Para los pueblos andinos, el agua era fuente de vida, fertilidad y purificación. Los cerros que rodean el paisaje eran considerados apus tutelares, espíritus guardianes que velaban por la armonía entre el ser humano y la naturaleza.

Hoy, Sillustani es un destino turístico y espiritual que atrae a visitantes de todo el mundo. El sitio está protegido por el Ministerio de Cultura del Perú como Patrimonio Cultural de la Nación, y continúa siendo objeto de estudios arqueológicos que revelan la grandeza y la sensibilidad simbólica de la cultura Qolla.

Visitar Sillustani no es solo recorrer un sitio arqueológico, sino viajar al corazón de la memoria andina. Es contemplar cómo la piedra, el agua y el cielo se unen para contar una historia sobre la vida, la muerte y la eternidad. Un testimonio vivo de que nuestros antepasados no construyeron solo monumentos, sino también puentes entre el pasado y el presente.

 

La historia no contada de Catalina Buendía, la afroperuana que envenenó a los invasores chilenos por amor al Perú

¿Sabías que en Ica existió una mujer afroperuana que se enfrentó a los invasores chilenos durante la Guerra del Pacífico? Su nombre fue Catalina Buendía de Pecho, conocida en la historia popular como la Heroína de Ébano. Su memoria sigue viva entre los pobladores de San José de Los Molinos, un distrito enclavado entre valles y quebradas, donde las tradiciones afroperuanas y campesinas aún laten con fuerza.

Durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), el Perú enfrentó una de las etapas más duras de su historia. Las tropas chilenas, tras ocupar Lima, avanzaron hacia el sur con el objetivo de dominar las zonas agrícolas y estratégicas. Fue en ese contexto que Catalina, una mujer de raíces afroperuanas y espíritu indomable, se convirtió en símbolo de resistencia en su tierra.

Según los registros del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables en el documento Las Mujeres del Bicentenario, Catalina Buendía es reconocida como una de las figuras femeninas que participaron activamente en la defensa de su comunidad. Su nombre también aparece en el libro Mujeres que forjaron el Perú de Bruno Polack, donde se destaca su valentía, liderazgo y compromiso con la libertad de su pueblo.

Los relatos orales transmitidos de generación en generación cuentan que, cuando las tropas chilenas se acercaron al valle, Catalina organizó a sus vecinos, muchos de ellos campesinos sin armas ni entrenamiento militar. Con ingenio y determinación, los condujo a construir trincheras improvisadas y muros de piedra, decididos a resistir el avance enemigo con lo poco que tenían.

Pero Catalina sabía que no podrían vencerlos en combate directo. Entonces, según la tradición local, ideó un plan audaz y arriesgado: preparó chicha de jora, bebida ancestral andina, y la mezcló con piñón, una planta tóxica conocida por sus propiedades venenosas. Con una mezcla de astucia y valor, ofreció la bebida a los soldados invasores como gesto de paz. Para demostrar su sinceridad, ella misma bebió primero, un acto que, según las versiones populares, selló su destino y su sacrificio. Se dice que aquel acto debilitó al enemigo, aunque le costó la vida.

Más allá de los detalles que la historia oficial aún no ha podido documentar con precisión, el pueblo de San José de Los Molinos mantiene viva su memoria. En esta localidad existe un monumento en su honor, símbolo del respeto y la gratitud hacia una mujer que encarnó la valentía, la identidad afroperuana y la dignidad de su pueblo frente a la adversidad. Cada año, la comunidad recuerda su gesta como un ejemplo de coraje y amor por la tierra.

Catalina Buendía de Pecho representa a miles de mujeres invisibilizadas por la historia oficial, mujeres que lucharon sin uniforme, sin rango militar, pero con una fuerza interior inquebrantable. Su historia invita a reflexionar sobre el papel de las mujeres afrodescendientes en los procesos históricos del Perú, muchas veces omitidas en los libros escolares, pero fundamentales en la defensa, reconstrucción y memoria del país.

Hoy, su legado inspira a nuevas generaciones que buscan rescatar las voces silenciadas de nuestro pasado. Catalina no sólo defendió su territorio; defendió la dignidad, la identidad y la libertad de su gente. Su historia —mezcla de hechos comprobados, memoria local y relato popular— sigue siendo un faro que ilumina la herencia afroperuana y el valor femenino en la historia nacional.

Catalina Buendía de Pecho es, sin duda, una heroína del pueblo. Una mujer que eligió luchar con lo que tenía a su alcance, que enfrentó la violencia con sabiduría ancestral y que prefirió morir de pie antes que rendirse. Su ejemplo trasciende el tiempo y nos recuerda que la resistencia no siempre se libra con armas, sino también con el corazón y la convicción de que la libertad vale cualquier sacrificio.

jueves, 18 de septiembre de 2025

 

Toritos de Pucará: Guardianes de la prosperidad en los Andes



Entre las montañas y altiplanos del sur del Perú, hay un símbolo que adorna techos y corazones: los Toritos de Pucará. Estas pequeñas esculturas de cerámica, coloridas y llenas de significado, nacen en el distrito de Pucará, en Puno, cuna de una de las tradiciones artesanales más antiguas del país.

Su historia se remonta a la época colonial, cuando el toro, traído por los españoles, se integró a las creencias andinas. Los artesanos de Pucará transformaron este animal en un amuleto protector y de abundancia, combinando símbolos de la cosmovisión andina con elementos del catolicismo.

Colocar un par de toritos sobre el techo de las casas es una costumbre que persiste hasta hoy. Se cree que estos guardianes traen prosperidad, fertilidad, protección y buenas energías al hogar. Además, representan la unión de la pareja y el equilibrio en la vida familiar.

Cada pieza es única: pintada a mano, decorada con detalles minuciosos y bendecida por las manos de artesanos que han heredado su arte de generación en generación. Con el tiempo, los Toritos de Pucará han trascendido las fronteras del altiplano, convirtiéndose en un símbolo de identidad cultural peruana reconocido en todo el mundo.

Llevar un torito no es solo llevar un recuerdo del Perú: es llevar consigo una tradición viva, un pedazo de historia y la fuerza espiritual de los Andes.



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